martes, diciembre 10, 2024

A propósito de la Ley de Javier Ortega sobre El Pindín

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NUESTRO ENFOQUE

Por: Julio Bermúdez Valdés

Bueno, en los años en que crecía en Calidonia había dos centros de música típica: Club La Pollera y el Club 24. Quedaban cerca del cuarto donde vivíamos Ñan, mi mamá y mis hermanos; y comencé a tener conciencia de lo que representaban por los llenos que registraban los fines de semana. Pero no era la comunidad tradicional de Calidonia, San Miguel o el Marañón la que acudía, y tampoco eran orquestas como la de Armando Boza, la Universal de Mojica o más tarde alguno de los Combos Nacionales. NO. Eran interioranos en masa, a los que uno que otro citadino llamaba «cholito», y de ahí que les dijeran a los centros «choli club 24» o «Choli club La Pollera», y conjuntos de tres o cuatro músicos donde mandaba un aparato de teclas que el principal se colgaba del pecho y que se llamaba: acordeón. ¿Y que se bailaba allí? No se le decía entonces «música típica», sino…PINDIN. Era una denominación peyorativa, con la que se identificaba a algo de menor valor. Eran «los cholitos» los que con su PINIDIN hacían presencia en la ciudad.

Muchos de ellos estaban por primera vez en la capital, emigrados en busca del futuro que les negaba el campo, atestado de latifundios. Muchas de ellas eran empleadas domésticas con limitados estudios, pero con unas ganas enormes de trabajar para mejorar su nivel de vida. Entonces los fines de semanas se iban al choliClub 24, que quedaba en la parte de arriba de donde ahora está el 99 de Calidonia, junto al teatro Encanto; o al choliclub La Pollera, que estaba en la entrada de calle P.

Su identidad cultural se fundía los fines de semana en esos dos centros que eran los únicos que los acogía con músicos como la del gran Dorindo Cárdenas, con su «Me voy pa la azul», el taquillero Teresín Jaén con su Décimo Quinto festival en Guararé. ¿Y por qué aquellos eran sus centros? porque hasta los años sesenta y entrados los setenta, una etnia afro colonial con una afroantillana, y criollos educados predominaban en estas actividades como una música que nada tenía que ver con la que bailaban «los cholitos», y que acogía a orquestas internacionales como las de Cortijo y su Combo, con Ismael Rivera, o antes con Benny Moré y Bienvenido Granda, entre otros. Eran la plena, el bolero, o las baladas, o más aun las rancheras las que dominaban a los «buenos bailadores». Pero en la primera mitad de los años 70 del siglo pasado «los cholitos» y su pindin van haciendo presencia con tanta fuerza que hasta el gran público de la capital comienza a ceder a sus aires musicales.

Yin Carrizo cautiva con «Julia», «Me matará mi maye», «Sentimientos de Pesares», «Lucy»…un baile típico, poético y melodioso , que enamora, que seduce, y entra con fuerza el gran Osvaldo Ayala con Ojos Verdes, luego con «sentimientos de Alma» o «Mal de amores»; Teresín no cede espacio y la fuerza de aquel movimiento se va a concentrar, por primera vez en un gran salón de baile que se instala en Vista Hermosa bajo el nombre de «El Cosita Buena». Lo que en principio era el pindin de los cholitos se va convirtiendo el baile que «aclaman las mayorías». Pero se produce un fenómeno que le dará a este movimiento un basamento que perdura hasta hoy. Algún empresario hábil ligado a la empresa licorera «Varela Hermanos», productores del Seco Herrerano, inventan lo que todavía hoy llaman «el pub herrerano», una especie de patrocinio que se movía tanto en el interior de la república como en la capital. Previo a ello habían surgido en la capital a finales de los años sesenta e inicio de los setenta los Combos Nacionales, grupos de músicos locales que impusieron moda por sus buenas producciones. Pero cuando entró el PUB Herrerano, la gran discoteca sustituyó a los combos, y, lo más importantes, transformó a los bailadores en protagonistas de su propio show. ¿Desapareció el pindín?, no. Se fortaleció copó el país, incorporando a su tradición nuevos elementos y fueron apareciendo músicos muy buenos.

Más allá de la música, aparecieron «Los patrones de la cumbia»: Sammy y Sandra Sandoval, que con un pindin de fin de semana en «El suspiro», le sumaron dos factores importantes: los insinuantes movimientos de la bella Sandra, y una letra que movilizaba masas, e interpretaba modos, sentimientos y el carácter y la picardía de una población que se miraba reflejada en aquel fenómeno. Para nadie es un secreto que movilizaba masas. Tanto fue así que en una ocasión Sandra fue declarada «mujer del año», lo que provocó un amargo debate con figuras de la intelectualidad que no podían entender cómo una cantante de típico, proveniente del pindin, que se subía a la tarima, cantaba y se contoneaba, podía recibir tal título. En el fondo, Sandra y Sammy encarnaban ese cambio, ese desplazamiento cultural y esa novedad que «los cholitos», aquellos del pindin en los Choli club 24 y el Choliclub La Pollera, habían impuesto en el país.

Sandra encarnaba a un movimiento en el que las mujeres jóvenes (las comadres) del interior y la capital se sentían representadas, una letra que las acogía y un baile que las liberaba. Así que no creo que solo fuera aquello de cantar y contonearse, sino de la presencia de un imaginario social que por años había sido limitado de manera peyorativa a sus lugares orígenes y que ahora se hacía un espacio e invadia culturalmente cada poro del país. Mas tarde fueron Lucho De Sedas, Alfredo Fello Escudero, Victorio y Ulpiano Vergara…con un PINDIN del alma…eso, no otra cosa es lo que creo que premia Javier Ortega al proponer su reconocimiento. Así que no creo que sea una banalidad, sí, la valoración de un movimiento cultural que no por cotidiano pueda minimizare en su proyección.

El autor es periodista.

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