Los críticos de Donald Trump –quien cumple un año en la presidencia de Estados Unidos– asumen una postura demasiado cómoda al unirse en un odio ciego en su contra, arguye la jefa de redacción de DW, Ines Pohl.
Lo bueno de las celebridades impopulares es que nos permiten aliarnos con otros en su contra. El odio enceguece. Y odiar en grupo hace que desaparezcan otras diferencias, contrastes y contradicciones. El odio une. Y, cuando escasean las ideas y las visiones, odiar como otros lo hacen nos da la sensación de tener una imagen clara de lo que significa vivir mejor.
Por estos días, cuando miramos hacia Estados Unidos, nos percatamos de que el sueño de una vida mejor dejó de ser lo que fue durante siglos: el factor que mantenía unida a esa enorme nación. Allí, el sentimiento predominante es el odio entre las facciones políticas. En un sistema bipartidista es fácil que eso ocurra. Como reza el evangelio de Mateo (capítulo 12, versículo 30): «Quien no esté conmigo, está contra mí”.
La campaña electoral vivida en carne propia
Yo fui corresponsal de Deutsche Welle en Estados Unidos en 2016, el año en que Donald Trump fue elegido presidente de ese país. Recorrí miles de kilómetros, de la costa este a la costa oeste, de norte a sur. Visité las grandes urbes; pero, sobre todo, las ciudades pequeñas y sus estadios. Desde el principio fui testigo de la marcha de Trump hacia la Casa Blanca. Percibí con todos mis sentidos cómo él entusiasmaba a multitudes que incluían a estudiantes y obreros, empresarios y amas de casa, madres y jubilados. Y me consta cuánto tardaron los demócratas en tomar consciencia de que ese hombre podía conseguir lo que se proponía: ser designado candidato presidencial del Partido Republicano y, más tarde, vencer a Hillary Clinton en las urnas. Lo que vi fue la arrogancia del poder: ¿cómo podría una estrella de televisión imponerse ante la maquinaria de Clinton, la mujer que, mirándolos por encima del hombro, describió a los simpatizantes de Trump como personas dignas de lástima?
Reflejo antidemocrático
Donald Trump asumió el Gobierno hace un año. Bajo el cielo lluvioso y gris de Washington. Desde entonces, una discusión razonable sobre las políticas del Ejecutivo parece ser imposible. Lo que prevalece son las reacciones automáticas: «¡Qué horror! ¡Qué malo! ¡Qué espanto!”.
Esa postura es antidemocrática; después de todo, Trump fue llevado a la presidencia respetando las normas establecidas en el derecho electoral estadounidense. Y esa posición también es necia. Muchos medios de comunicación liberales siguen perdiendo así credibilidad.
Nadie niega que sea misión de la prensa denunciar lo peligrosos que son los mensajes publicados por Trump en Twitter. Nadie niega la importancia de revelar, mediante investigaciones y hechos comprobados, quiénes son los verdaderos beneficiarios de la reforma tributaria de Trump. Pero todo aquel que se ufane de ser una persona abierta y poseer espíritu crítico debe estar en condiciones de descubrir y apreciar el lado bueno y correcto de sus adversarios políticos.
Exigencias justas a Alemania
Por ejemplo, ¿qué tiene de malo exigir que los países de la Unión Europea desarrollen, de una vez por todas, una política exterior y de defensa común? ¿Por qué debería un presidente estadounidense abstenerse de pedirle a Alemania que aumente sus cuotas de financiamiento de la OTAN? De hecho, es ante todo Alemania la que debería analizar detenidamente su propia política europea antes de criticar la agenda «America First” de Trump. Y es que también nuestro ministro de Finanzas decía tener el bienestar de sus compatriotas en la mira cuando promovió su política de austeridad en los últimos años. En este sentido, Trump también fue pertinente al denunciar la hipertrofia burocrática y el desgobierno de la ONU.
Admito que me asustan los mensajes agresivos que Trump le envía a Corea del Norte a través de las redes sociales; pero también tengo claro que el Ejecutivo de Barack Obama fue incapaz de reconocer realmente el grado de desarrollo nuclear que tenía Pyongyang. Confieso que me preocupa el hecho de que Rusia y China se esmeren en llenar el vacío que dejó Estados Unidos como potencia internacional; pero es necesario aclarar que fue Barack Obama quien puso en marcha un nuevo paradigma: la doctrina de «dirigir desde atrás”. El fracaso de Estados Unidos en Siria –más bien en todo el Cercano y Medio Oriente– tampoco podemos endilgárselo al Ejecutivo de Trump.
El mandato de Trump aún no termina
La frase más relevante del espectáculo preelectoral en Estados Unidos fue articulada por la primera dama, Michelle Obama: «When they go low, we go high”. Su mensaje puede ser traducido libremente de la siguiente manera: «Cuando ellos se comporten indebidamente, nosotros lo haremos con decencia y estilo”. Eso es algo que los críticos de Trump, dentro y fuera de Estados Unidos, deberían internalizar.
Donald Trump está desde hace un año en el poder. Y pese a todos los llamados a iniciar un proceso legal para removerlo del cargo, todo apunta a que él seguirá gobernando por un buen tiempo.
Otra expresión que cabe tener presente es «get over it”, que puede ser traducida como: «¡supéralo, así son las cosas!”. Este es un buen momento para esforzarse en conducir los debates en torno a Trump de una forma sensata, para dejar de ocuparnos de su cabello o del color de su cara, para concentrarnos sobriamente en sus políticas y, en lugar de perder los estribos cada vez que el hombre tuitea, sopesar lo que sus exigencias tienen de positivo o negativo, de correcto o de errado. También es buena hora para reconocer lo difícil que resulta tener responsabilidad política en este mundo.
Odiar es fácil. Concebir y presentar alternativas es mucho más difícil.
Ines Pohl (ERC/ERS)