El presidente estadounidense, Donald Trump, manifiestó hoy (05.12.2017) su intención de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Esta decisión podría generar nuevos conflictos en la ciudad.
Ya de antemano, la Liga Árabe había emitido advertencias al respecto. En caso de que Donald Trump reconozca a Jerusalén como capital o simplemente traslade la embajada de los Estados Unidos a esta ciudad, podría causar una ola de «fanatismo y violencia», aseguró. «No se puede justificar una decisión de este calibre», dijo el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Abdul Gheit, este domingo en El Cairo. «Esto no contribuye ni a la paz, ni la estabilidad, sino que agudiza el fanatismo y la violencia». Lamentó que algunos no puedan ver «el peligro que esto puede causar en el Cercano Oriente y en el mundo entero».
Si Trump reconociese a Israel como capital o incluso solo trasladase la embajada, podría romper las convenciones internacionales. Según manifestó Alexander Brakel, director de la Oficina de la Fundación Konrad Adenauer en Jerusalén, «con esta decisión Estados Unidos se despide de un amplio consenso de la comunidad internacional». La mayoría de las naciones se acogen a la convención al estar ubicadas todas sus representaciones diplomáticas en los alrededores de Tel Aviv.
Una ciudad en la tierra y en el cielo
Según escribió el historiador y publicista Simon Sebag Montefiore, Jerusalén está en disputa tanto a nivel político, como cultural y religioso. «Es el hogar del dios único, la capital de dos pueblos, el santuario de tres religiones y la única ciudad que existe tanto en el cielo como en la tierra: La indescriptible belleza de la ciudad terrenal no es nada en comparación con su magnificencia y esplendor celestial».
Jerusalén no es solo una ciudad histórica, sino también una ciudad de importancia religiosa y, por ende, de un valor simbólico incalculable. Esto sigue siendo así tanto en el siglo 20 como en el siglo 21.
Como consecuencia de la primera guerra árabe-israelí entre 1947 y 1949, Jordania conquistó Cisjordania y Jerusalén oriental. Israel se quedó con el oeste de Israel. En seis días de lucha, los israelíes reconquistaron en 1967 casi toda la zona del este donde vivían mayoritariamente palestinos, y en 1980 juntaron esa zona con la parte del este creando así Jerusalén.
Desde entonces las disputas por la ciudad se han incrementado. La guerra por la Ciudad Sagrada en la Ciudad Vieja de Jerusalén, así como la Cúpula de la Roca del lado de los musulmanes y el Muro de los Lamentos del lado de los judíos, se ha convertido en un laberinto sin salida. El triunfo de los unos será siempre la derrota de los otros.
Un paseo y sus consecuencias
Lo anterior se pudo ver claramente cuando el antiguo presidente de Israel Ariel Sharón visitó el Monte del Templo en el año 2000. Un año antes habían fracasado las negociaciones de paz con la mediación del presidente Bill Clinton. La visita de Sharón hizo estallar de rabia e ira a los palestinos. Las primeras piedras de la segunda Intifada volaron, desencadenando una rebelión en toda Palestina. En este conflicto se mezcla tanto lo político como lo religioso, haciendo casi imposible diferenciarlos. Según Alexander Brakel, todavía hay mucho en juego: «Aquí cumple un rol muy importante la pregunta sobre la propia soberanía – en el caso de los palestinos la soberanía de un posible Estado propio en el futuro-. Ambos bandos consideran a Jerusalén como su capital.»
Una trampa difícil
Con su decisión, el presidente Trump amenaza la arduamente consagrada paz entre los israelíes y palentinos. Queda todavía por verse cómo el mundo árabe reaccionaría ante un posible reconocimiento, reitera Alexander Brakel. Las protestas a finales de julio de este año, cuando Israel después de un ataque mortal limitó el acceso al Monte del Templo, podrían ser un anticipo de las protestas que se avecinan.
«La etapa del Monte del Templo y del Muro de los Lamentos que se avecina seguramente va a ser difícil», señala el experto.
Kersten Knipp (SZ/VT)