Sale a la luz un fraude piramidal por el que banqueros y corredores de bolsa de Wall Street han arruinado a 950 taxistas con la adquisición de licencias fraudulentas.
Una mañana cualquiera en la frenética ciudad de Nueva York, alrededor de 250.000 personas entran y salen cada día de los populares taxis que dan un color chillón y característico a la Gran Manzana. Uno de ellos lo conduce Mohammed Hoque, un hombre de mediana edad que llegó hace nueve años de Bangladesh con la esperanza de un futuro mejor para su familia y él. Al comenzar su jornada laboral, recibe una llamada. Se trata de un hombre de negocios que le intenta convencer de que acepte una oferta que, él sabe, no podrá rechazar.
Después de años trabajando para otros, Hoque se imagina una vida en la que sus sueños de riqueza e independencia laboral se haga realidad: ser su propio jefe. Aquel hombre de negocios le ofreció un «medallón»(como se llama a la licencia para poseer un taxi y ser autónomo) por un precio irrisorio: apenas 50.000 dólares. El taxista no lo pensó, todos sus ahorros irían destinados a la compra de su propio negocio, acompañados de un buen montante que pidió prestado a amigos. Se apresuró a llegar a la oficina con el cheque y el corredor lo recibió con los brazos abiertos y su soñada licencia en la mesa. Él tan solo firmó y se fue de allí, loco por contárselo a su esposa.
Al fin, parecía haber cumplido el sueño americano. Ese año, Hoque facturó 30,000, algo menos que el coste de la licencia. Pero lo que supo al poco tiempo le dejaría sin palabras y le sumiría en una depresión que a día de hoy lucha por superar: acababa de firmar un contrato que le exigía pagar 17 millones de dólares. Su historia la narra The New York Times en un gran reportaje de investigación sobre el escándalo que ha sacudido a la sociedad neoyorquina en los últimos días: banqueros, abogados, corredores de bolsa, inversores y acreedores se convirtieron en multimillonarios a costa de la ilusión de familias humildes, que en su día sintieron que podían tener una vida mejor.
Igual que la crisis de 2008, los bancos y prestamistas privados emitieron créditos demasiado arriesgados sin informar adecuadamente a sus firmantes, créditos que ni en dos vidas de trabajo y esfuerzo podrían pagar.
Muchos de ellos vieron que el sector del taxi es el escenario perfecto donde emplazar su estafa después de que se hundiera la vivienda, más de 950 propietarios de los «medallones» se han declarado en bancarrota, la mayor parte padres y madres de familias inmigrantes que gastaron los ahorros de sus vidas en lo que parecía ser el movimiento perfecto para prosperar en una ciudad tan monumental como Nueva York.
La combinación de dinero fácil, el atractivo de la oferta y destacados líderes de la industria alimentaron el frenesí de adquisiciones para inflar los precios, de tal manera que en doce años (de 2002 a 2014), el precio aumentó de 200.000 dólares a más de 1 millón, el llamado esquema Ponzi : una estafa piramidal en el cual la única manera de repartir beneficios a los primeros inversores es generando ganancias con el dinero aportado por nuevos inversores que caen en la tela de araña engañados por las promesas de obtener beneficios de los que entren después.
Esto unido a que la mayoría de los firmantes eran inmigrantes, por lo que muchos de ellos no hablaban el inglés correctamente, con lo que negociaron préstamos de forma inconsciente. En 2005, casi el 40% de los taxistas habían nacido en India, Pakistán o Bangladesh y solo un 9% es nativo de E.E. U.U.. Como en el caso de la burbuja inmobiliaria, el gobierno hizo oídos sordos a las advertencias y eximieron a los prestamistas de las regulaciones.
A su vez la Comisión de Taxis y Limousinas animó a la adquisición de «medallones» a medida que aumentaban los precios. Una vez colapsado el mercado, el alcalde Bill de Blasio, no quiso financiar un rescate de las familias afectadas, y a comienzos de este año, el presidente del Consejo Municipal, cerró el comité de supervisión del taxi, alegando que había completado la mayor parte del trabajo, según informa The New York Times.
Por su parte los prestamistas extendieron sus prácticas fraudulentas a Chicago, Boston o San Francisco, y continúan con sus malas prácticas. Deepak Gupta, antiguo funcionario de la Oficina de Protección del Consumidor, recalcó que era el Fiscal General de Nueva York quién debería investigar a los prestamistas.»Los préstamos al consumidor tienen muchas más normas y protecciones. Estas prácticas son de depredadores y serían ilegales si se consideraran préstamos de consumo, en lugar de comerciales».
El año pasado un luctuoso suceso salpicó las aceras de la Gran Manzana, Douglas Schifter, de 61 años, se disparó la cara con una escopeta en pleno centro, desatando una ola de suicidios que segó la vida de ocho personas. La carta que dejó decía lo siguiente: «cuentan sus billetes mientras nosotros tenemos que salir cada día a la calle sin tener un techo, hambrientos. No voy a ser un esclavo trabajando por calderilla. Prefiero estar muerto». Una verdadera pesadilla, fruto de la especulación capitalista, que cada día busca nuevas áreas de explotación y negocio para lucrarse a toda costa, sea de la vivienda o el taxi.