Cuando hablamos de los retos de Panamá como nación, es fácil mencionar temas como seguridad, educación, salud y por supuesto, el más sonado, corrupción. Pero existe un reto mayor, un problema mayor, y este es, la falta de Liderazgo.
Observe que mencioné la palabra Liderazgo, que es muy diferente a una persona que sólo sabe dar órdenes. Es más bien, aquella persona que solo por sus ideas, su visión, sus proyectos, inspira a las masas a seguirlo. Son estos estadistas y no políticos, cuyos discursos se basan en argumentos e ideas; esos que movilizan a una persona por que así lo cree, porque es su convicción y que trasciende épocas y lugares.
Pero la historia ha sido cruel con nuestra nación, y en medio de tantas malas decisiones, nos hemos visto sometidos a una caterva de gobernantes que, bajo la estrategia paternalista de un mal liderazgo, han enviciado al pueblo con jamones y bolsas de comida, emulando los espejos regalados por los conquistadores, o el pan y circo de era romana, evadiendo deliberadamente, aquella máxima que dice “Dale un pescado a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá todos los días”. En esta vía, Adolfo Hitler se jactaba en decir que “las masas son femeninas y estúpidas” refiriéndose a que son emocionales y sin estudio, de ahí la razón por la que la educación en nuestros países no avanza, simplemente es porque a nuestros gobernantes les conviene que sigamos ignorantes.
Como ya habrá podido notar, nuestro mayor problema, es la falta de Liderazgo genuino, la ausencia de hombres y mujeres estadistas que implementen un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, tal como lo dijo Abraham Lincoln. Que sean verdaderos servidores de la nación, más que funcionarios que se sirven de ella. Líderes que nos inspiren con un discurso y que nos convenzan con sus acciones, no pensando en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones.
La solución a este Problema Mayor sigue estando en las mismas manos, en las nuestras, ya que somos nosotros los que escogemos gobernantes mediante nuestro voto. Ahora bien, necesitamos una oferta electoral compuesta por hombres y mujeres correctos, de buena trayectoria y con buena reputación, no por popularidad, sino por ideas, argumentos y propuestas reales de cambio, si escucha con detenimiento a una persona, le será fácil reconocerlo.
El problema es que los buenos no queremos involucrarnos, nos mantenemos al margen dándole espacio al corrupto o al que sólo aspira para mejorar su estatus de vida y no el del bien común.
Es tiempo de despertar, de tomar acción y unirse a los buenos, que, si mira bien, se dará cuenta que somos más, muchos más. Es aquí donde cobra sentido aquella frase de Edmund Burke que dice «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada».