El reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia, que declaró como no son inconstitucionales la frase “entre un hombre y una mujer”, contenida en el artículo 26 del Código de la Familia de la República de Panamá, y la expresión “las personas de ese mismo sexo”, incluida en el precepto 34, numeral 1, también del Código de la Familia de la República de Panamá, cerrando la puerta al mal llamado Matrimonio Igualitario.
El fallo de la máxima corporación de justicia, no solo responde jurídicamente a las intenciones de los promotores de este caso, sino que también se sintoniza con la sociedad panameña, que rechaza el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esto quedó demostrado en la encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC) de Panamá, que reveló hoy que la mayoría de la población rechaza el Matrimonio Igualitario.
De acuerdo con el estudio realizado en abril de 2022 a 30,554 personas, un 77 % desaprueba la legalización de este tipo de uniones.
Con este fallo, se protege a la Familia Natural, y si, decimos Familia Natural y no tradicional, ya que el matrimonio entre un hombre y una mujer es el único que por naturaleza permite la reproducción humana, más allá de las intenciones de grupos que reclaman “derechos humanos” que simplemente no se conjugan con nuestra propia naturaleza: humana.
De esta manera, y al menos por un tiempo, la posibilidad de un matrimonio homosexual queda fuera de los parámetros legales, y así mismo toda posibilidad de adoptar un infante, sobre quienes pesa un derecho humano propio de nuestra naturaleza humana, que es tener un padre y una madre.
Es una obviedad, que los grupos que se sentirán afectados por la justicia panameña y un razonamiento constitucional, citarán organismos internacionales de DDHH, vinculantes o no, para desmeritar lo decidido.
Algunos citarán a la CIDH, que ya tomó lugar sobre este tema, sin embargo, nuestra propia naturaleza hace el justo juicio sobre tan polémico tema.
Cada persona, del género que sea, es libre de hacer con su cuerpo lo que desee, pero no podemos llamar a todo capricho humano, derecho humano, sobre todo cuando se desvirtúan derechos naturales de terceros (el niño que tiene el derecho a una madre mujer y un padre varón).
Una unión civil o un contrato civil podría ser viable para personas del mismo sexo que quieran unir sus vidas, pero tergiversar derechos y modificar modelos biológicos para luego abrogarse otros derechos, ajenos a nuestra naturaleza, es un camino que simplemente degrada nuestra propia humanidad.