Por: Eduardo J. Leiva.
La ciudad de Panamá se destaca entre muchas metrópolis del continente por su cercanía a zonas silvestres relativamente ricas en biodiversidad. Para algunas personas la ciudad es para los humanos y el bosque para los animales, así de simple. Sin embargo, cuando nos encontramos con un organismo que prefiere la ciudad tanto como nosotros llega a ser molesto.
Los talingos o changos son aves urbanas que parecen tener una extraordinaria capacidad cognitiva, han aprendido a comer alimento de perros y remojarlo en agua para que sea fácil de tragar, seleccionar buenos bocados de la basura y cazar otras aves; defienden sus nidos como verdaderos guerreros picoteando la cabeza de quien se les acerque y cada tarde se aglutinan en diversos puntos de la ciudad para ir a dormir, no sin antes hacer tanto ruido como puedan.
Para muchos son una verdadera plaga, parecen ser egoístas con otras especies y en ocasiones crueles. Algunos dicen que fueron traídos por los “gringos” o vinieron en un barco que llegó a Colón, lo cierto es que la historia de Quiscalus mexicanus (talingos) en Panamá se remonta más allá de los inicios de la república.
El arqueólogo del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, Richard Cook descubrió en el año 2004 restos óseos de Quiscalus mexicanus en el sitio arqueológico cerro Juan Díaz en la provincia de Los Santos, lo interesante de esto es que los restos datan de hace más de 2000 años, los talingos como otros animales y plantas están en Panamá antes que los panameños.
Por otra parte, su auge poblacional aparentemente se debe a que les gusta lo mismo que a nosotros, hogares cómodos, mucha comida, agua fresca, espacios abiertos y lugares para divertirse.
Todo esto se lo frecemos con nuestras construcciones, desechos, contaminación y deforestación. Son tan parecidos a nosotros que inconscientemente los odiamos al ver nuestro propio reflejo. Si tomamos el tiempo y los observamos podemos aprender mucho de ellos y cuál es su papel en el ecosistema.